En “La Ilustración Española y Americana”, de la que fué asiduo y predilecto colaborador, abrió concurso, ofreciendo un premio metálico al poeta que, en diez décimas, acertarse a endechar el mayor elogio a la misión del cartero. El certamen fué declarado desierto, y el Doctor Thebussem, que levó y coleccionó los trabajos presentados, dolióse de que los concursantes hubiesen coincidido en exaltar líricamente el valor de la carta, dejando muy en segundo término la anónima pero utilísima labor del cartero, cuando sin éste “las cartas fueran papeles, solamente comparables al telégrafo sin cables o al ferrocarril sin rieles”.
Entonces, hace cuarenta años, no podían presumirse los descubrimientos de la telegrafía sin hilos, del automóvil y la autovía, y de la distribución de la correspondencia mediante tubos neumáticos.
Thebussem, aún aclarándose con ello muy honrado y favorecido, resistióse a aceptar la gran cruz de Alfonso XII y la venera de la Orden de Maximiliano de Baviera. Al cabo las aceptó, pero fué para su inseparable Mariano Pardo de Figueroa. El doctor siguió siendo nada más que cartero honorario.
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