jueves, 1 de octubre de 2020

IV Centenario de la llegada de los franciscanos

 En marzo de 1620 una pequeña comunidad de frailes franciscanos se asentaron en Medina Sidonia con el propósito de fundar un convento. Esta orden ya daba predicamento en nuestra ciudad, donde venían en cuaresma para los sermones, quedándose en las dependencias de las ermitas de San Isidro y de la Vera Cruz. Es en estas ermitas donde deciden fundar el convento, comprando el terreno y dando inicio a la construcción del mismo cinco años más tarde, terminándose la iglesia conventual en 1651. La orden mendicante permaneció en Medina Sidonia casi dos siglos, realizando labores de beneficencia y educativas (existía cátedra de moral y filosofía). Llegó a tener una numerosa comunidad, rondando los 30 frailes a mediados del XVIII.



A principios del XIX el convento es exclaustrado y comienza su desmantelamiento, primero durante la ocupación francesa para reutilizar los materiales en el refuerzo del cuartel que las tropas napoleónicas hacen en el castillo, y luego tras la desamortización de Isabel II. Las dependencias se convirtieron en cárcel y cuartel de la Guardia Civil y la iglesia, abandonada y en ruina, es convertida en teatro a mediados del mismo siglo. Ya en el XX pasa primero a teatro y luego en sala de cine, hasta los años 80, cuando se abandona. En 2005 se empieza la construcción del actual teatro.



Las citadas ermitas estaban en un lugar que citan las fuentes con grandes construcciones antiguas (fenicias y romanas): cisternas, mosaicos… Prueba de ello es el sarcófago del III d.C. que estaba incrustado en la sacristía del convento franciscano (hoy en el Museo Arqueológico de Jerez). El resto de bienes del convento pasó a varias de las iglesias. Los santos titulares de las ermitas antiguas están en Santa María (San Isidro) y Santiago (Cristo de la Vera Cruz). Esta última advocación, tan enraizada con la orden seráfica, es la advocación actual de la Buena Muerte. A este templo de Santiago fueron a parar la mayoría de las imágenes y retablos del convento: San Antonio de Padua, la renombrada Santa Lucía (es en verdad Santa Catalina de Alejandría, patrona de los filósofos, disciplina que se estudiaba en el convento como hemos dicho) y el retablo e imagen de la Inmaculada Concepción, cuyo dogma defendieron vivamente los franciscanos. Las tres esculturas de mayor valor, y que estaban en el retablo mayor, son las realizadas por Martínez Montañés en 1638 y encargadas por Alonso de Novela: San José (actualmente en la Victoria) y San Francisco de Asís y San Pascual Bailón, en las dependencias de Santa María.







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